Si  alguno ha podido decir que esperó en el Señor pacientemente, fue el rey  David, porque cuando uno lee cómo fue la historia de este rey, incluso  desde su niñez, comprende que en realidad, Dios lo apartó para grandes  cosas.
El  profeta Samuel fue enviado a su propia casa -la de David-, para ungirlo  como rey sobre Israel, siendo aun un adolescente, cuando nadie  obviamente, ni siquiera su propio padre -peor- sus hermanos, creían para  nada en él, pero así quiso Dios que se hiciera (1 Samuel 16: 10-12),  desde entonces, se dieron una serie de acontecimientos mediantes los  cuales, el rey David fue afinando su carácter y de igual forma, su amor y  confianza en Dios se acrecentó.
Por  eso dice con tanta vehemencia: "Me sacó del pozo de la desesperación y  del lago cenagoso; cuando estamos atravesando dificultades es así como  nos sentimos, incluso coloquialmente se dice: "con el agua hasta el  cuello"; pero, qué delicia cuando salimos adelante del impase, nos  sentimos tan aliviados, y David lo expresa en forma muy gráfica y  ponderada: "puso mis pies sobre peña", que elemento más sólido, una  peña.
Cuando  Dios lo pasa a uno al otro lado de ese terrible túnel de desesperación,  es entonces cuando vuelven a nosotros los deseos de cantar y de reír, y  si miramos atrás, nos maravillamos al reconocer que Dios nos ha hecho  tantísimos milagros, que cuando queremos enumerarlos, nos quedamos  cortos.
Aprovechemos  hoy esta reflexión precisamente para eso, para agradecerle y aprendamos  del rey David, cuyo testimonio de vida, Dios ha permitido que quede  plasmado en su Palabra, con el fin de que podamos tomar de una  experiencia tan humana y aprender de otro ser que como nosotros,  cometió muchos errores, pero la diferencia es que tenía un corazón  amoroso para con Dios, siempre quería agradarlo y nunca  escatimó esfuerzos para buscar una buena relación con el Señor.
Oremos  juntos. Amado Dios, muchas gracias por tu amor y tu paciencia, por  habernos dado esa otra oportunidad y confiar en nosotros, queremos  siempre tener un corazón como el de David, para estar prestos a  reconocer nuestros pecados y arrepentirnos con sinceridad, buscando  siempre tu perdón, tu bendición y tu amistad. Amén.

